El menudo australiano de 1,65 remontó en el sprint a Groenewegen, en la víspera de los Pirineos. Nairo salvó un corte por cortó por una montonera.
AFP
A Calen Ewan le llaman ‘Pocket Rocket’, Cohete de Bolsillo, un apodo que comparte con la atleta jamaicana Shelly-Ann Fraser. Ambos tienen en común una velocidad endiablada, concentrada en un cuerpo menudo, atípico para su oficio. Ewan, hijo de australiano y coreana, mide 1,65 y pesa poco más de 60 kilos, y se sostiene en unas piernas musculosas y explosivas. Con un físico más apolíneo, imagino por ejemplo a Mario Cipollini, sería prácticamente invencible. Pero Ewan tiene que combatir con las cualidades que la naturaleza le ha dado, que no están nada mal. Le han servido, nada menos, que para ingresar en el selecto club de ciclistas, mayoritariamente velocistas, que ya tienen etapas en las tres grandes rondas.
Caleb ya había mojado tres veces en el Giro (una en 2017 y otra este mismo 2019) yuna en la Vuelta a España en 2015, en Alcalá de Guadaíra. Le faltaba rematar en el Tour, la última pieza de la Triple Corona, la más codiciada. Y lo logró este miércoles con una electrizante remontada sobre Dylan Groenewegen, considerado el más veloz del momento, que dejó una impresionante fotografía con ambos hombro a hombro, ya superada la meta de Toulouse.
La historia de este triunfo fue una historia que pudo no ser. A menos de diez kilómetros de la meta, en un momento de máxima tensión, el compañero del Lotto-Soudal que le iba abriendo hueco, Jasper de Buyst, voló hacia la cuneta. Caleb Ewan, que iba a su rueda, tuvo que parar a esperarle. No sabemos si espoleados por la rabia, o simplemente porque estaba escrito su día, el australiano regresó a las posiciones punteras y disputó la volata como un cohete.
Da cierto reparo hablar de etapas de transición o de relleno cuando presenciamos jornadas como estas, con el típico guion de escapada, caza y esprint. Sin más épica que contar que el último golpe de riñón. Y más con el zafarrancho del pasado lunestodavía grabado en el recuerdo, con ese pelotón fragmentado en mil pedazos y conMikel Landa volando por los aires. A veces hay factores, como el viento o las caídas, que pueden convertir una sosería de recorrido en una jornada trepidante. Incluso en la etapa más insípida del presente Tour, en aquella kilometrada sin sentido del viernes, un ilustre como Van Garderen se rompió una mano y tuvo que abandonar la carrera.
Este miércoles tocó otra de esas jornadas insulsas, aunque ese vuelo de De Buyst pretenda desmentirlo. Tampoco resultó de transición o de relleno para Niki Terpstra, un ganador de la París-Roubaix y el Tour de Flandes, que tuvo que irse a casa por las lesiones causadas por una montonera a 30 kilómetros de la meta, cuando los cuatro escapados del día todavía sobrevivían (Calmejane, Rossetto, Anthony Pérez y Aimé de Gendt) y cuando el pelotón enfilaba ya hacia un esprint inevitable. Ese mismo accidente dejó cortado a Nairo Quintana, que se encontró ante una situación inesperada, cuando su cabeza estaba ya más implicada en futuras estrategias en los Pirineos que en estas batallas en el llano. Sólo fue un susto, pero pudo ser más. Ni hay relleno, ni hay transición. Sólo etapas aburridas. O no.
Los Pirineos, efectivamente, asoman este jueves con cierta timidez, pero ya son Pirineos. El Peyresourde y el Hourquette d’Ancizan se suben en la última parte de un trazado de 209 kilómetros. ¿Quién dijo aperitivo? El último puerto se coronará a 30 km de Bagnéres de Bigorre, una población que ha visto triunfar a Julio Jiménez y Jacques Anquetil. Un descenso prolongado hacia la meta que reclama valientes. Al día siguiente habrá una edtraña contrarreloj en Pau, tantas veces llegada de etapas montañas. Y el fin de semana, los dos platos fuertes: el Tourmalet y Prat d’Albis. Los Pirineos abren las puertas en busca de héroes. Se acabó el relleno.
Fuente:www.as.com
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