Ya lo tenemos aquí. No, no nos referimos ni al Critérium del Dauphiné, ni tampoco a la París-Niza. Los aperitivos dejan paso al fin al plato principal de la temporada. Ya está aquí el Tour de Francia. No nos engañemos, por muchas carreras que ofrezca el calendario ciclista, la “Grande Boucle” es y seguirá siendo por siempre la más esperada. La más deseada. Tanto por aficionados como por participantes. Froome, a un paso de lograr entrar en la leyenda si gana su quinto Tour, podría unirse a un club fundado en 1964 por Anquetil, el primero en lograr esta histórica cifra de victorias.
En ese 1964, Francia se encontraba con el corazón partido. Los franceses Jacques Anquetil y Raymond Poulidor se postulaban, ya en la previa de la carrera, como grandes aspirantes al triunfo final. El primero estaba a un paso de convertirse en el primer pentacampeón de la ronda gala, mientras que el segundo seguía siendo la promesa de todo un país, quién ya había claudicado ante Jacques dos ediciones atrás.
El estilo de Anquetil era frío y calculador, ganaba casi siempre echando mano de la calculadora. Administraba su renta en la montaña, para dar el estacazo a sus rivales en las cronometradas, donde nadie le tosía, circunstancia que le valió el apodo de “Monsieur Chrono”. Una forma de correr muy válida y comprensible ya que a él le funcionaba. Ahora bien, los de casa ya hacía tiempo que comenzaron a decantarse por “Poupou” como su corredor predilecto, un ciclista que lucía un estilo mucho más agradable a la vista del espectador, atacante y generoso en el esfuerzo casi siempre que la carretera se inclinaba hacia arriba.
Aquella edición, como decimos, dividió a toda Francia, centrada en sus dos astros locales. Sin embargo, otros corredores tuvieron su importancia y su influencia en el desarrollo de la carrera, destacando a los españoles Julio Jiménez y Federico Martín Bahamontes. “Fede”, ya campeón de la carrera un lustro atrás, era ya un corredor consolidado, a quién Jiménez le había venido a discutir su supremacía como escalador español del momento. En todo caso, aquel dúo ibérico se unió rápidamente a la fiesta de los franceses.
Federico Martín Bahamontes (izquierda) y Julio Jiménez (derecha) fueron dos de los grandes animadores de aquella edición de la ronda gala.
Entre Raymond y los españoles no se lo pusieron nada fácil a un Anquetil a quien le crecían los enanos; muchos rivales gozaban de un gran estado de forma física, cuando él parecía, por momentos, no andar tan fuerte como ellos. Sin embargo, el normando respiraba tranquilo y confiado, sabedor que el recorrido contaba con varias etapas contrarreloj y que ello le favorecía frente a sus rivales directos.
Tal era su grado de autoestima que, durante una jornada de descanso, no dudó en zamparse una buena ración de langosta, toda ella acompañada de un buen champán. A Bahamontes le llegó a los oídos todo aquello y se lo guardó en la memoria, en vistas de la montañosa etapa que les aguardaba al día siguiente. Allí fueron varios, incluídos él mismo, Jiménez, Poulidor y tantos otros los que decidieron atacar desde la salida al corredor de la langosta. Le hicieron ceder un tiempo que, como siempre, supo administrar tras sacar su calculadora y minimizar daños en meta.
Llegados a la última etapa montañosa, Poulidor era el aspirante con más posibilidades de desbancar al líder normando. Durante la ascensión final al famoso Puy de Dôme, Bahamontes y Jiménez se marcharon por delante en su duelo particular, dejando atrás la pelea definitiva por la victoria final entre los dos corredores galos, ante todo su expectante público. Raymond estaba obligado a moverse y a hacer diferencias, pues después de aquello ya solo les quedaría una contrarreloj final, terreno en el cual el líder de la carrera era superior.
Un concentrado Bahamontes se desentiende de la particular batalla que por detrás se montaba en cada etapa montañosa entre Anquetil y Poulidor.
El aspirante tardó en decidirse, tenía un elevado respeto hacia el líder, quien decidió como estrategia intimidante situar siempre su rueda al lado de la del joven “Poupou” para intentar mostrarle su aparente fortaleza. Sin embargo, finalmente el ídolo local lo hizo; estando ya cerca de meta, logró quitarse de encima a Anquetil. Pero esperó demasiado. En meta solo logró rebajar la diferencia hasta los 14 segundos. Insuficiente. El líder, tirando una vez más de calculadora y ahora también de astucia, había salvado el jersey. Al día siguiente, una buena contrarreloj de Poulidor no fue suficiente ante un siempre imperial Anquetil en esta disciplina, así que éste último logró así su quinto y último Tour, acompañado en el podio en el segundo cajón por un decepcionado “Poupou”, mientras que el tercer puesto fue para el toledano Bahamontes. El corredor de Limousin no dejó escapar la carrera en la contrarreloj, sino en el Puy de Dôme. Y él lo sabía.
Anquetil tenía un gran respeto por Poulidor, más aún después de lo que le hizo sufrir durante la montaña de aquella edición. Al término de aquella contrarreloj final, el ya pentacampeón se acercó a su rival para dedicarle unas preciosas palabras:
“Has sido un gran rival. Sé que es muy duro perder el Tour por tan poco. Espero que algún día logres ganarlo porque te lo mereces”.
Hasta el momento, nunca una edición de la ronda gala se había decidido por tan escasa diferencia entre los dos primeros clasificados. Además, Anquetil dijo todo aquello sin saber que tras él, su legado lo iba a asumir un tal Eddy Merckx, dispuesto a amargarle de nuevo la existencia a Poulidor. El resto de la historia ya sabemos cómo sigue.
Tal vez fue justo que Anquetil se llevara aquel Tour. En una carrera de tres semanas, no todo es cuestión de piernas, sino también de cabeza, mereciéndose así Poulidor su posición al no haber sido más valiente cuando tuvo la oportunidad de hacer daño de verdad. Aunque, visto de otra forma, tal vez la justicia sea algo que no existe del todo, es decir, hay ocasiones en las cuales no importa el empeño que uno le ponga a las cosas; siempre parece que el destino se acabará entrometiendo y, por mucho que nos empeñemos en revertir o evitar una situación, ésta acabará sucediendo como originalmente estaba prevista.
Tal vez ya estaba escrito que Poulidor se convirtiera en el eterno segundón, circunstancia que, por otra parte, le supuso también el cariño, la estima, el reconocimiento y el respeto del aficionado en general, y no solo del público francés. Claro que él hubiera querido ganar un Tour de todas formas, pero quizás todo lo anterior sea con lo que valga la pena quedarse. De lo contrario, que le pregunten a Walkowiak si compensa ganar una carrera que nadie va a saber valorar en su justa medida. Tal vez sea todo una cuestión de puntos de vista.
El podio final. Jacques Anquetil sonríe satisfecho tras ganar el Tour por 5ª vez, mientras que Poulidor intenta sostener el gesto para no descomponerse ante las cámaras. Un relajado Bahamontes completa un trío de lujo. Llegados a este punto, ya no hay nada que hacer. La entrega, el sacrificio y el estado de forma de cada ciclista han terminado por reflejar en la propia carrera el lugar en la clasificación que le corresponde a cada uno.
Fuente: https://entrecunetas.com
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